domingo, marzo 01, 2009

The Man in the High Castle (1962)

El Hombre en el Castillo, de Phillip K. Dick (1928 – 1982)




Cada autor tiene sus propios métodos de composición. En el caso de Phillip K. Dick para con este libro, uno no sabe si el suyo fue una suerte o una desgracia: decidía el desarrollo de la trama mediante el uso del antiguo libro del
I Ching. A tal punto que Dick eventualmente culpó a este sistema de predicción por episodios con los que no quedó contento, entre ellos el final abrupto.

Éste es el detalle más molesto del libro. Es difícil, e inevitable, juzgar las consecuencias y alcances de este método. Por tanto, satisfecho con haberlo mencionado, simularé que no conozco cómo fue concebido prefiriendo notar en contraposición las virtudes que son para mí innegables. ¿Cuáles? No hay manera de hablar de Dick sin mencionar sus ideas, más cuando éstas son más bien una predicción más o menos correcta del futuro. Así como Jules Verne se adelantó al siglo XX, Dick parece haberse adelantado al siglo XXI tal como lo conocemos: mirando la realidad, admitiendo el simulacro y prefiriéndolo. La ambientación del libro es paradigmática para su género, la ucronía. Presenta una línea histórica alternativa que difiere de la real a partir de una diferencia que conlleva múltiples consecuencias; en este caso ¿Qué pasaría si el Eje hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial? Estados Unidos ya no es el país conocido sino un territorio dividido (y disputado) por las superpotencias de Alemania y Japón. Es en la franja dominada por el último, la occidental, donde transcurre principalmente la trama; debería decir las tramas, porque no hay una ni dos sino varias tramas, ligera o fuertemente relacionadas. Aún así, la ficción especulativa no es invento de Dick ni su principal virtud. Nuevamente me pregunto, para esta vez sí responder: ¿entonces cuáles son?
(Continúa)

La lucidez de
The Man in the High Castle es atacar la noción de realidad, pero por dos frentes. El primero es el más propio de la ciencia ficción y del barroco: la realidad paralela. Mediante el recurso de una obra dentro de la obra, el personaje que da título al libro escribe, mediante guía divina, una novela donde el Eje perdió la guerra: doble condición de tabú y ucronía también. Un mundo donde el nazismo haya sido derrotado puede ser fácilmente catalogado como el del lector, pero Dick da vuelta a la tuerca y aclara que no, que esa otra realidad también difere, allí los aliados ganaron pero gracias a Inglaterra. Entonces la novela principal y la novela incluida no son espejos que se oponen mutuamente. Como Dick con el futuro, el personaje del castillo emite una lectura más o menos correcta de la realidad; pero ni el futuro ni la realidad se dejan representar exactamente como son, por más visionario que sea el escritor.

El segundo frente es más sutil pero no por estar más escondido. En este ambiente dominado por los japoneses el arte está agotado y por ende están de moda las “antiguedades” de la cultura de los Estados Unidos anterior a la dominación, desde un revólver Colt a un reloj de Mickey Mouse… un modo bastante claro de prefigurar el arte pop. Gracias a varios de los protagonistas el lector se entera que estas piezas de colección no son originales sino reproducciones. Incluso el dueño de la fábrica que las produce es engañado en este juego, ya no por el material usado sino por la presencia de un certificado que le da validez histórica. La experiencia medieval de falsificar íconos sagrados nos enseña que también los títulos de validez son generalmente falsos, pero el papel es el arma favorita de la manipulación: tanto en los certificados como en los libros de historia.


No es en la literatura sino en los objetos donde Dick arrasa con la realidad de la novela. El dueño de la fábrica cree sentir la “historicidad” de su encendedor certificado, algo así como el aura falsificada de objetos reproducidos por máquinas, irónicamente por él mismo. El verdadero aura es el que provoca la iluminación, la que consigue uno de los personajes mediante las primeras piezas de arte original norteamericano después de varias décadas de dominación. No obstante Dick vuelve a dar una nueva vuelta de tuerca: cuando este personaje tiene que defenderse utiliza un Colt falsificado, pero aunque no sea original es letal. El simulacro es más complejo que el original porque lleva en sí mismo su historia personal, la historia que simula y su impredecible uso posterior; en pocas palabras, tiene valor agregado.
"La ley de la economía: nada es desperdiciado. Incluso lo irreal."

The Man in the High Castle no es un libro muy fluido. La segunda lectura será siempre mejor que la primera, porque uno ya reconoce las ideas orientadoras, de la misma manera que un sendero en un terreno escabroso que lleva a una cima luminosa.


A pluma o a máquina, así escribe

"Before them, the Nazis, everyone looked down on manual jobs; myself, too. Aristocratic. The Labor Front put an end to that. I seen my own hands for the first time." He spoke so swiftly that his accent began to take over; she had trouble understanding him. "We all lived out there in the woods, in Upper State New York, like brothers. Sang songs. Marched to work. Spirit of the war, only rebuilding, not breaking down. Those were the best days of all, rebuilding after the war -- fine, clean, long-lasting rows of public buildings block by block, whole new downtown, New York and Baltimore".


Lecturas relacionadas (de todo tipo y factor)

Walter Benjamin: La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica
H. G. Wells: The Shape of Things to Come
Jorge Luis Borges: “El jardín de senderos que se bifurcan” en Ficciones

Alan Moore y David Lloyd: V for Vendetta

Jean Baudrillard: Simulacra and Simulation


Y si lo que te gusta es el cine

Blade Runner, de Ridley Scott
The Matrix, de los hermanos Wachowski

Brazil, de Terry Gilliam