domingo, diciembre 13, 2009

Don't make others suffer

Neon Genesis Evangelion
e12 - "She said, "Don't make others suffer for your personal hatred.""


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miércoles, diciembre 09, 2009

5 Top 5

5 grandes masacres (de uno contra todos)

5. Bill Munny en la escena del bar (Clint Eastwood en Unforgiven)
4. Nikolai en la escena del sauna (Viggo Mortensen en Eastern Promises)
3. Dae-su Oh en la escena del pasillo (Min-sik Choi en Oldboy)
2. Eli en la escena de la pileta (Lina Leandersson en Let The Right One In)
(Continúa)

1. EVA 02 en la escena contra los EVA en serie (en The End of Evangelion)


5) Si sos Clint Eastwood no vale; 4) Si Viggo hubiera estado vestido no tendría tanta gracia; 3) Es como McGyver con un martillo; 2) La perspectiva es lo mejor; 1) Aria para la cuerda de sol

Quedaron afuera:
El T-Rex en la escena final (en Jurassic Park),
Tony Montana en la escena final (Al Pacino en Scarface), Neo en la escena contra los Smith (Keanu Reeves en The Matrix Reloaded), salvo que no los mata.





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lunes, diciembre 07, 2009

viernes, noviembre 20, 2009

In search of wine. In search of women. In search of themselves.

Sideways, de Alexander Payne


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jueves, noviembre 19, 2009

¿Hay una historia?

¿Hay una historia? Si hay una historia empieza hace tres años. En abril de 1976, cuando se publica mi primer libro, él me manda una carta. Con la carta viene una foto donde me tiene en brazos: desnudo, estoy sonriendo, tengo tres meses y parezco una rana. A él en cambio, se lo ve favorecido en esa fotografía: traje cruzado, sombrero de ala fina, la sonrisa campechana: un hombre de treinta años que mira el mundo de frente. Al fondo, borrosa y casi fuera de foco, aparece mi madre, tan joven que al principio me costó reconocerla.
La foto es de 1941; atrás él había escrito la fecha y después, como si buscara orientarme, transcribió las dos líneas del poema inglés que ahora sirve de epígrafe a este relato. No hubo otra tragedia en la historia de mi familia; ningún otro héroe digno de ser recordado. (Continúa) Varias versiones circulaban en secreto, confusas, conjeturales. Casado con una mujer de fortuna, mujer que llevaba el increíble nombre de Esperancita y de la que se decía que era delicada del corazón y que siempre dormía con la luz encendida y que en sus horas de melancolía rezaba en voz alta para que Dios pudiera oírla, el hermano de mi madre había desaparecido a los seis meses de matrimonio llevándose todo el dinero de su señora esposa para irse a vivir con una bailarina de cabaret de sobrenombre Coca. Con perfecta calma, sin perder su helada cortesía, Esperancita denunció el robo, movió influencias, hasta lograr que la policía lo encontrara, unos meses después, viviendo a todo tren y con nombre supuesto en un hotel de Río Hondo.
Me acuerdo de los recortes de diarios donde se hablaba del caso, escondidos en un cajón más o menos secreto del ropero, el mismo en el que mi padre guardaba Fisiología de las pasiones y mecánica sexual del profesor T. E. Van de Velde, autor de El matrimonio perfecto, y el libro de Engels sobre El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, junto con cartas, papeles y documentos diversos, entre ellos mi propia partida de nacimiento. Después de complicadas operaciones que ocupaban las siestas de mi infancia yo abría el cajón y en secreto espiaba los secretos de aquel nombre del que todos, en casa, hablaban en voz baja. Convicto y confeso decía (me acuerdo) uno de los titulares y siempre me emocionaba ese título, como si aludiera a acciones heroicas y un poco desesperadas. “Convicto y confeso”: repetía y me exaltaba porque no entendía bien el significado de las palabras y pensaba que convicto quería decir invencible.

Ricardo Piglia: Respiración Artificial


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jueves, mayo 14, 2009

In a hole in the ground

In a hole in the ground there lived a hobbit. Not a nasty, dirty, wet hole, filled with the ends of worms and an oozy smell, nor yet a dry, bare, sandy hole with nothing in it to sit down on or to eat: it was a hobbit-hole, and that means comfort.
(Continúa)

It had a perfectly round door like a porthole, painted green,
with a shiny yellow brass knob in the exact middle. The door opened on to a tube-shaped hall like a tunnel: a very comfortable tunnel without smoke, with panelled walls, and floors tiled and carpeted, provided with polished chairs, and lots and lots of pegs for hats and coats—the hobbit was fond of visitors. The tunnel wound on and on, going fairly but not quite straight into the side of the hill—The Hill, as all the people for many miles round called it—and many little round doors opened out of it, first on one side and then onanother. No going upstairs for the hobbit: bedrooms, bathrooms, cellars, pantries (lots of these), wardrobes (he had whole rooms devoted to clothes), kitchens, dining-rooms, all were on the same floor, and indeed on the same passage. The best rooms were all on the left-hand side (going in), for these were the only ones to have windows, deep-set round windows looking over his garden, and meadows beyond, sloping down to the river.
This hobbit was a very well-to-do hobbit, and his name was Baggins. The Bagginses had lived in the neighbourhood of The Hill for time out of mind, and people considered them very respectable, not only because most of them were rich, but also because they never hadany adventures or did anything unexpected: you could tell what a Baggins would say on any question without the bother of asking him. This is a story of how a Baggins had an adventure, and found himself doing and saying things altogether unexpected. He may have lost the neighbours" respect, but he gained—well, you will see whether he gained anything in the end.

J. R. R. Tolkien: The Hobbit


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lunes, mayo 11, 2009

Of the superhero mythology

Bill: As you know, l'm quite keen on comic books. Especially the ones about superheroes. I find the whole mythology surrounding superheroes fascinating. Take my favorite superhero, Superman. Not a great comic book. Not particularly well-drawn. But the mythology... The mythology is not only great, it's unique.
The Bride: [who still has a needle in her leg] How long does this shit take to go into effect?
Bill: About two minutes, just long enough for me to finish my point. Now, a staple of the superhero mythology is:
(Continúa)
there's the superhero and there's the alter ego. Batman is actually Bruce Wayne, Spider-Man is actually Peter Parker. When that character wakes up in the morning, he's Peter Parker. He has to put on a costume to become Spider-Man. And it is in that characteristic Superman stands alone. Superman didn't become Superman. Superman was born Superman. When Superman wakes up in the morning, he's Superman. His alter ego is Clark Kent. His outfit with the big red "S", that's the blanket he was wrapped in as a baby when the Kents found him. Those are his clothes. What Kent wears - the glasses, the business suit - that's the costume. That's the costume Superman wears to blend in with us. Clark Kent is how Superman views us. And what are the characteristics of Clark Kent. He's weak... he's unsure of himself... he's a coward. Clark Kent is Superman's critique on the whole human race. Sorta like Beatrix Kiddo and Mrs. Tommy Plimpton.
The Bride: Aso. The point emerges.
Bill: You would've worn the costume of Arlene Plimpton. But you were born Beatrix Kiddo. And every morning when you woke up, you'd still be Beatrix Kiddo. Oh, you can take the needle out.
The Bride: [does so] Are you calling me a superhero?
Bill: I'm calling you a killer. A natural born killer. You always have been, and you always will be. Moving to El Paso, working in a used record store, goin' to the movies with Tommy, clipping coupons. That's you, trying to disguise yourself as a worker bee That's you tryin' to blend in with the hive. But you're not a worker bee. You're a renegade killer bee. And no matter how much beer you drank or barbecue you ate or how fat your ass got, nothing in the world would ever change that.
*

Kill Bill vol. 2
guión de Quentin Tarantino


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domingo, mayo 03, 2009

Titanomaquia

(Continúa)


King Kong, de Peter Jackson


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martes, abril 21, 2009

El cine no es una cartera Armani

"Y corrimos el riesgo de abrir Arte Cinema (el nuevo complejo de cine del barrio de Constitución) porque uno es básicamente un ser contradictorio? La verdad: empezamos el proyecto hace tres años y estoy muy orgulloso de haberlo hecho porque, si bien el panorama es horrible, es bueno poder hacer algo para cambiar las cosas. Con José María y Miguel Angel Morales, Fernando Sokolowicz, Pablo Rovito y Diego Dubcovsky hemos cumplido un sueño fantástico, el de abrir una sala en una zona en que -contrariamente a lo que algunos piensan- es el lugar donde tenemos que ir, porque en Recoleta hay cines, en Palermo también. Y que haya zonas de la ciudad que fueron relegadas no significa que estén habitadas por personas que no tengan hábitos de consumo cultural, como los que viven de Rivadavia para el Norte. En la zona de Constitución donde está Arte Cinema, en los años 50 había cinco cines, y si bien el mundo cambió, tampoco tanto... El cine es un consumo cultural básico; no es una cartera Armani. Todos tienen derecho a tener una sala cerca de su casa. Y esas personas van poder ver la enorme cantidad de producciones que no habitan la cartelera porteña. Algunas pueden ser muy para cinéfilos, pero otras pueden ser muy entretenidas como las que hay ahora".

Daniel Burman


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lunes, abril 20, 2009

Barras y svásticas



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viernes, abril 17, 2009

una película de Daniel Burman

El Abrazo Partido, de Daniel Burman


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jueves, abril 16, 2009

Mrs. Dalloway said she would buy the flowers herself.

Mrs. Dalloway said she would buy the flowers herself.

For Lucy had her work cut out for her. The doors would be taken off their hinges; Rumpelmayer's men were coming. And then, thought Clarissa Dalloway, what a morning--fresh as if issued to children on a beach.

What a lark! What a plunge! For so it had always seemed to her, when, with a little squeak of the hinges, which she could hear now, she had burst open the French windows and plunged at Bourton into the open air. How fresh, how calm, stiller than this of course, the air was in the early morning; like the flap of a wave; the kiss of a wave; chill and sharp and yet (for a girl of eighteen as she then was) solemn, feeling as she did, standing there at the open window, that something awful was about to happen; looking at the flowers, at the trees with the smoke winding off them and the rooks rising, falling; standing and looking until Peter Walsh said, "Musing among the vegetables?"--was that it?--"I prefer men to cauliflowers"--was that it? He must have said it at breakfast one morning when she had gone out on to the terrace--Peter Walsh. He would be back from India one of these days, June or July, she forgot which, for his letters were awfully dull; it was his sayings one remembered; his eyes, his pocket-knife, his smile, his grumpiness and, when millions of things had utterly vanished--how strange it was!--a few sayings like this about cabbages.

She stiffened a little on the kerb, waiting for Durtnall's van to pass. A charming woman, Scrope Purvis thought her (knowing her as one does know people who live next door to one in Westminster); a touch of the bird about her, of the jay, blue-green, light, vivacious, though she was over fifty, and grown very white since her illness. There she perched, never seeing him, waiting to cross, very upright.

For having lived in Westminster--how many years now? over twenty,--one feels even in the midst of the traffic, or waking at night, Clarissa was positive, a particular hush, or solemnity; an indescribable pause; a suspense (but that might be her heart, affected, they said, by influenza) before Big Ben strikes. There! Out it boomed. First a warning, musical; then the hour, irrevocable. The leaden circles dissolved in the air. Such fools we are, she thought, crossing Victoria Street. For Heaven only knows why one loves it so, how one sees it so, making it up, building it round one, tumbling it, creating it every moment afresh; but the veriest frumps, the most dejected of miseries sitting on doorsteps (drink their downfall) do the same; can't be dealt with, she felt positive, by Acts of Parliament for that very reason: they love life. In people's eyes, in the swing, tramp, and trudge; in the bellow and the uproar; the carriages, motor cars, omnibuses, vans, sandwich men shuffling and swinging; brass bands; barrel organs; in the triumph and the jingle and the strange high singing of some aeroplane overhead was what she loved; life; London; this moment of June.
(Continúa)For it was the middle of June. The War was over, except for some one like Mrs. Foxcroft at the Embassy last night eating her heart out because that nice boy was killed and now the old Manor House must go to a cousin; or Lady Bexborough who opened a bazaar, they said, with the telegram in her hand, John, her favourite, killed; but it was over; thank Heaven--over. It was June. The King and Queen were at the Palace. And everywhere, though it was still so early, there was a beating, a stirring of galloping ponies, tapping of cricket bats; Lords, Ascot, Ranelagh and all the rest of it; wrapped in the soft mesh of the grey-blue morning air, which, as the day wore on, would unwind them, and set down on their lawns and pitches the bouncing ponies, whose forefeet just struck the ground and up they sprung, the whirling young men, and laughing girls in their transparent muslins who, even now, after dancing all night, were taking their absurd woolly dogs for a run; and even now, at this hour, discreet old dowagers were shooting out in their motor cars on errands of mystery; and the shopkeepers were fidgeting in their windows with their paste and diamonds, their lovely old sea-green brooches in eighteenth-century settings to tempt Americans (but one must economise, not buy things rashly for Elizabeth), and she, too, loving it as she did with an absurd and faithful passion, being part of it, since her people were courtiers once in the time of the Georges, she, too, was going that very night to kindle and illuminate; to give her party. But how strange, on entering the Park, the silence; the mist; the hum; the slow-swimming happy ducks; the pouched birds waddling; and who should be coming along with his back against the Government buildings, most appropriately, carrying a despatch box stamped with the Royal Arms, who but Hugh Whitbread; her old friend Hugh--the admirable Hugh!

"Good-morning to you, Clarissa!" said Hugh, rather extravagantly, for they had known each other as children. "Where are you off to?"

"I love walking in London," said Mrs. Dalloway. "Really it's better than walking in the country."

They had just come up--unfortunately--to see doctors. Other people came to see pictures; go to the opera; take their daughters out; the Whitbreads came "to see doctors." Times without number Clarissa had visited Evelyn Whitbread in a nursing home. Was Evelyn ill again? Evelyn was a good deal out of sorts, said Hugh, intimating by a kind of pout or swell of his very well-covered, manly, extremely handsome, perfectly upholstered body (he was almost too well dressed always, but presumably had to be, with his little job at Court) that his wife had some internal ailment, nothing serious, which, as an old friend, Clarissa Dalloway would quite understand without requiring him to specify. Ah yes, she did of course; what a nuisance; and felt very sisterly and oddly conscious at the same time of her hat. Not the right hat for the early morning, was that it? For Hugh always made her feel, as he bustled on, raising his hat rather extravagantly and assuring her that she might be a girl of eighteen, and of course he was coming to her party to-night, Evelyn absolutely insisted, only a little late he might be after the party at the Palace to which he had to take one of Jim's boys,--she always felt a little skimpy beside Hugh; schoolgirlish; but attached to him, partly from having known him always, but she did think him a good sort in his own way, though Richard was nearly driven mad by him, and as for Peter Walsh, he had never to this day forgiven her for liking him.

She could remember scene after scene at Bourton--Peter furious; Hugh not, of course, his match in any way, but still not a positive imbecile as Peter made out; not a mere barber's block. When his old mother wanted him to give up shooting or to take her to Bath he did it, without a word; he was really unselfish, and as for saying, as Peter did, that he had no heart, no brain, nothing but the manners and breeding of an English gentleman, that was only her dear Peter at his worst; and he could be intolerable; he could be impossible; but adorable to walk with on a morning like this.

(June had drawn out every leaf on the trees. The mothers of Pimlico gave suck to their young. Messages were passing from the Fleet to the Admiralty. Arlington Street and Piccadilly seemed to chafe the very air in the Park and lift its leaves hotly, brilliantly, on waves of that divine vitality which Clarissa loved. To dance, to ride, she had adored all that.)

*
Virginia Woolf: Mrs Dalloway


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viernes, abril 10, 2009

There are angels on the strets of Berlin.

(Continúa)





Der himmel über Berlin, de Wim Wenders


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An unhappy alternative

Mr. Bennet raised his eyes from his book as she entered, and fixed them on her face with a calm unconcern which was not in the least altered by her communication.
"I have not the pleasure of understanding you," said he, when she had finished her speech. "Of what are you talking?"
"Of Mr. Collins and Lizzy. Lizzy declares she will not have Mr. Collins, and Mr. Collins begins to say that he will not have Lizzy."
"And what am I to do on the occasion? It seems an hopeless business."
"Speak to Lizzy about it yourself. Tell her that you insist upon her marrying him."
"Let her be called down. She shall hear my opinion."
Mrs. Bennet rang the bell, and Miss Elizabeth was summoned to the library.
(Continúa)
"Come here, child," cried her father as she appeared. "I have sent for you on an affair of importance. I understand that Mr. Collins has made you an offer of marriage. Is it true?" Elizabeth replied that it was. "Very well—and this offer of marriage you have refused?"
"I have, sir."
"Very well. We now come to the point. Your mother insists upon your accepting it. Is it not so, Mrs. Bennet?"
"Yes, or I will never see her again."
"An unhappy alternative is before you, Elizabeth. From this day you must be a stranger to one of your parents. Your mother will never see you again if you do not marry Mr. Collins, and I will never see you again if you do."
Elizabeth could not but smile at such a conclusion of such a beginning, but Mrs. Bennet, who had persuaded herself that her husband regarded the affair as she wished, was excessively disappointed.
What do you mean, Mr. Bennet, in talking this way? You promised me to insist upon her marrying him."
"My dear," replied her husband, "I have two small favours to request. First, that you will allow me the free use of my understanding on the present occasion; and secondly, of my room. I shall be glad to have the library to myself as soon as may be."

*

Jane Austen: Pride and Prejudice


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martes, abril 07, 2009

Clowns aren’t anything new to drama

In defence of Jar Jar Binks

Bryan Young

Bryan has been wanting to defend the Star Wars prequel trilogy for a while. And where better to start, than Jar Jar Binks?

Published on Mar 19, 2009

I’ve been meaning to write some detailed essays explaining why the Star Wars prequels are, indeed, as excellent as I say they are. I’ve given a lot of thought to how to approach the systemic defense of the prequels and, like all great battle plans, I’m going to shore up the weakest spot first: Jar Jar Binks.

I understand a lot of you have a deep and festering outrage for so outward a clown being included in our beloved Star Wars movies. To tell the truth, I find Jar Jar just as obnoxious as you guys probably do. But that doesn’t mean I don’t like him and it certainly doesn’t mean that he doesn’t serve a specific and brilliant purpose to the added benefit of the Star Wars saga.

I’m not going to try to convince you guys to like Jar Jar Binks, but at the very least, I’d like you to agree that for the stories George Lucas planned to tell with him as a central character (The Phantom Menace and Attack Of The Clones), Jar Jar was a vital part of the story and fit in with the archetypes of story and myth that Lucas based ALL of the Star Wars movies on.

Jar Jar Binks is the clown of the Star Wars films. And it makes sense to have him feature prominently in the first act. Looking to Shakespeare’s The Merchant Of Venice, we see Lancelot the Clown featuring prominently in the early act of the play, providing useful commentary, lessons, and above all, laughs and largely disappearing later in the body of the work. Jar Jar works the same way, providing those laughs in the first movie, moving on to another purpose until disappearing completely by the middle of the saga. Clowns aren’t anything new to drama. They’ve appeared back as far as our history of theatre goes. Why should George Lucas be demonized for remaining consistent with his use of classic myth, drama, and archetype? Jar Jar is the sad bunny you help on the side of the road who gives you the magic beans to slay the dragon at the end of the journey.
(Continúa)

As far as in The Phantom Menace, Jar Jar is supposed to be annoying, and funny to the kids. That's the point. We need to see past people for their annoyance and look at their inherent worth. Jar Jar saved the day and brought two nations of people together because just one person saw through the fog of annoyance. It’s a valuable lesson that would be well learned by those who seem to have the most hatred for Jar Jar.

That's one of the strongest morals to be learned in The Phantom Menace, and that's why I'll stand up for Jar Jar.

Because of his unifying nature in The Phantom Menace, he was promoted from clumsy annoyance to Senate representative in Attack Of The Clones. His role in the second episode of the Star Wars saga was particularly poignant for a number of reasons and explored how even the most well-meaning person can, by no fault of anything but his intention to do the right thing, be manipulated into perpetrating a great evil. In being made to feel that authorizing an army for the Chancellor was the right thing to do, he was complicit in the eventual destruction of the Republic.

This is an excellent lesson to be learned from Jar Jar in the Star Wars films, and it turned out to be disturbingly prescient. Six months after the release of Attack Of The Clones, the United States Congress unwittingly pulled a Jar Jar and gave George W. Bush the same war authority powers Palpatine was given and in another six months the United States would be embroiled in its longest, most senseless war to date.

My last point is this: You’ll always hear people say, “I hate Jar Jar,” and “Jar Jar annoyed me,” and, “Could someone please kill that obnoxious Gungan?” But think of this: how often do you hear people say, “I hated Jar Jar because he looked fake,” or, “I disliked Jar Jar because he didn’t interact with his environment well?” Not very often. The team at Industrial Light and Magic created the first all-CG character so convincingly that his physical presence was never the issue with fans, merely those choking on their own hubris.

Now, you can still hate Jar Jar if you want to, but I think it’s pretty clear that he worked for specific purposes in the films, whether you liked it or not. And if you can’t at least admit to this stuff, your inability to like the prequels has far more to do with a personal problem than with the actual films themselves.

Bryan Young is a regular contributor to Huffington Post and writes about Star Wars and other geekiness at Big Shiny Robot.


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lunes, abril 06, 2009

It's in Belgium

Ray: After I killed him, I dropped the gun in the Thames, washed the residue off me hands in the bathroom of a Burger King, and walked home to await instructions. Shortly thereafter the instructions came through - "Get the fuck out of London, you dumb fucks. Get to Bruges." I didn't even know where Bruges fucking was.
[pause]
Ray: It's in Belgium.
*
(Continúa)

In Bruges (2008)


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viernes, abril 03, 2009

vampire love story


(Continúa)







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jueves, abril 02, 2009

Mucho tiempo he estado acostándome temprano

Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: «Ya me duermo» . Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V. Esta figuración me duraba aún unos segundos después de haberme despertado: no repugnaba a mi razón, pero gravitaba como unas escamas sobre mis ojos sin dejarlos darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida. Y luego comenzaba a hacérseme ininteligible, lo mismo que después de la metempsicosis pierden su sentido, los pensamientos de una vida anterior; el asunto del libro se desprendía de mi personalidad y yo ya quedaba libre de adaptarme o no a él; en seguida recobraba la visión, todo extrañado de encontrar en torno mío una oscuridad suave y descansada para mis ojos, y aun más quizá para mi espíritu, al cual se aparecía esta oscuridad como una cosa sin causa, incomprensible, verdaderamente oscura. Me preguntaba qué hora sería; oía el silbar de los trenes que, más o menos en la lejanía, y señalando las distancias, como el canto de un pájaro en el bosque, me describía la extensión de los campos desiertos, por donde un viandante marcha de prisa hacía la estación cercana; y el caminito que recorre se va a grabar en su , recuerdo por la excitación que le dan los lugares nuevos, los actos desusados, la charla reciente, los adioses de la despedida que le acompañan aún en el silencio de la noche, y la dulzura próxima del retorno.
(Continúa)

Apoyaba blandamente mis mejillas en las hermosas mejillas de la almohada, tan llenas y tan frescas, que son como las mejillas mismas de nuestra niñez. Encendía una cerilla para mirar el reloj. Pronto serían las doce. Este es el momento en que el enfermo que tuvo que salir de viaje y acostarse en una fonda desconocida, se despierta, sobrecogido por un dolor, y siente alegría al ver una rayita de luz por debajo de la puerta. ¡Qué gozo! Es de día ya. Dentro de un momento los criados se levantarán, podrá llamar, vendrán a darle alivio. Y la esperanza de ser confortado le da valor para sufrir. Sí, ya le parece que oye pasos, pasos que se acercan, que después se van alejando. La rayita de luz que asomaba por debajo de la puerta ya no existe. Es medianoche: acaban de apagar el gas, se marchó el último criado, y habrá que estarse la noche enteró sufriendo sin remedio.

Me volvía a dormir, y a veces ya no me despertaba más que por breves instantes, lo suficiente para oír los chasquidos orgánicos de la madera de los muebles, para abrir los ojos y mirar al calidoscopio de la oscuridad, para saborear, gracias a un momentáneo resplandor de conciencia, el sueño en que estaban sumidos los muebles, la alcoba, el todo aquel del que yo no era más que una ínfima parte, el todo a cuya insensibilidad volvía yo muy pronto a sumarme. Otras veces, al dormirme, había retrocedido sin esfuerzo a una época para siempre acabada de mi vida primitiva, me había encontrado nuevamente con uno de mis miedos de niño, como aquel de que mi tío me tirara de los bucles, y que se disipó .fecha que para mí señala una nueva era. el día que me los cortaron. Este acontecimiento había yo olvidado durante el sueño, y volvía a mi recuerdo tan pronto como acertaba a despertarme para escapar de las manos de mi tío: pero, por vía de precaución, me envolvía la cabeza con la almohada antes de tornar al mundo de los sueños.

*



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martes, marzo 31, 2009

Los últimos días de Roberto Arlt

Tanto se ha escrito sobre la obra de Roberto Arlt que quizás supere la extensión de la considerable obra del autor de "Los siete locos". Sólo recientemente se ha investigado su biografía. Al conmemorarse los 100 años de su nacimiento, Alvaro Abós, que entrevistó a su viuda, reconstruye parte del final de su vida y devela su relación con un plástico uruguayo.

Alvaro Abós

El sábado 20 de mayo de 1939 una empleada de la Editorial Haynes salió de su trabajo al mediodía y fue caminando por la calle Rio de Janeiro hacia Rivadavia. Un hombre que estaba parado en la puerta de una pensión, en Rio de Janeiro al 200, la abordó.

Ella se llamaba Elizabeth Mary Shine, tenía 27 años y era la secretaria de León Bouché, director de El Hogar, una de las publicaciones de la editorial. El tenía 39 y era Roberto Arlt, conocido escritor que en El Mundo, el diario matutino de Haynes, había hecho populares sus "aguafuertes porteñas". Ella, que no tenía buena vista, no lo identificó enseguida.

-¿La puedo acompañar, Elizabeth?

-Ah, señor Arlt. No lo había conocido.

Se habían visto ya varias veces, porque Arlt, además de escribir en El Mundo, lo hacía también en El Hogar y Mundo Argentino, que tenían su redacción y administración en el edificio, rematado con una cúpula poderosa, que se alzaba en la esquina de Bogotá y Rio de Janeiro. No hacía mucho, Roberto y Elizabeth habían conversado sobre el casamiento entre el príncipe Eduardo de Windsor, y la plebeya Walli Simpson, un tema que entonces estaba en boca de todos. Roberto sostenía que Walli era tan atractiva que por ella valía la pena perder un reino. Elizabeth, como buena hija de irlandeses, sostenía en cambio que a aquel noble inglés le faltaba coraje para subir al trono.

Aquel mismo sábado, Roberto la acompañó hasta la calle Iberá, en Núñez, donde ella vivía con la madre. Le dijo que, para hablarle, se había dado coraje tomando unas copas en el bar de Rivadavia y Rio de Janeiro. El domingo 21 también se vieron, pasearon por la plaza de San Isidro.

-Usted es casado, Arlt, y los hombres casados no me interesan -le advirtió ella.

-Pero estoy separado. Hoy es domingo, los tribunales ¿están cerrados? Bueno, mañana mismo hablo con el abogado para que inicie los trámites del divorcio.

Hacía tiempo que la miraba en la editorial, le dijo él, y que se había enamorado de ella. "Por fin te encuentro", le confesó ese domingo, antes de besarla por primera vez.
(Continúa)
Una fotografía de la época muestra a Elizabeth con un corte de pelo a la garçon, morena, de ojos intensamente oscuros. El padre había tenido una librería en la calle Florida -Mackern & Shine- de la que ella heredó "maravillosos libros ingleses ilustrados", y la familia era amiga de los Láinez, dueños de El Diario, donde Elizabeth trabajó un tiempo: era la única mujer de la redacción. Tras ser la secretaria del director en El Hogar, fue traductora y periodista en revistas femeninas. Pero eso sería años después, cuando murió Roberto y ella quedó viuda y con un hijo.

Durante los tres años que estuvieron juntos, Elizabeth acompañó a Roberto en sus andanzas por la vida bohemia de Buenos Aires. Compartían todo: teatros, cines, restaurantes, largas charlas en bares. Ella reconoce que nunca fue una especialista en literatura. En 1990 le confió a Alberto Mario Perrone que Roberto "me pidió que no los leyera (sus libros) porque me iban a entristecer. Ojeé El amor brujo por curiosidad, ya que él conservaba una foto de la jovencita protagonista de la novela y todo el tiempo me hablaba de ella".

El primer regalo que Roberto le hizo a Elizabeth fue la novela El hombrecillo de los gansos, de Jacob Wasserman. También le regaló novelas del portugués Eça de Queirós, al que Roberto admiraba. Como Julia tenía una criada gallega que hablaba todo el tiempo, él se fijaba en el almanaque para saber a qué santo estaba dedicado el día y entonces le advertía a la empleada que debía guardar silencio por respeto a ese patrono. El segundo obsequio tangible de Roberto fue un jamón. Durante mucho tiempo estuvo comiendo por las noches lonjas de jamón con huevos fritos en la casa de la calle Iberá.

El 18 de marzo de 1940 el Teatro del Pueblo, al que Arlt entregó toda su producción, había puesto en escena La fiesta del hierro. Arlt dividió los derechos de autor cobrados por esa obra en dos partes iguales, una fue para su hija Mirta y la otra para Elizabeth. Con los quinientos pesos que le dio Roberto (agregando cien de su bolsillo) Elizabeth compró un anillo de brillantes que sirvió de anillo de bodas ya que él "no usaba cintillo porque sus ideas eran las de un comunista sin ser un militante". Arlt también mantenía a su anciana madre, Catalina Iopztraibizer, que vivía en Cosquín. Lila, la única hermana de Arlt, con la que éste tuvo una relación estrecha, había muerto en 1937. "El sueldo de El Mundo -relata Raúl Larra- no resuelve todos sus compromisos, a pesar de que lleva una vida modesta. Por eso, cuando un amigo le propone colaborar con un nuevo diario, Santa Fe de Hoy, por una retribución de ciento cincuenta pesos mensuales, acepta encantado." Arlt le enviaba cada mes 40 pesos a su hija, y la misma suma a su esposa Carmen Antinucci y a su madre. Estos apremios explican que dedicara tiempo y energía a sus proyectos industriales, en los que veía una posibilidad de salvación económica.

Arlt había inventado un procedimiento para fabricar medias de mujer cuyo punto no se corre en la malla. Lo registró en 1934 y renovó la patente el 12 de enero de 1942, adjuntando una memoria donde describe las cinco fases del proceso de vulcanización de las medias. La atracción de Arlt hacia las ciencias se manifestaba en algunos de sus personajes: Silvio Astier, protagonista de El juguete rabioso, había inventado un cañón; Balder, en El amor brujo, era proyectista; Erdosain, en Los siete locos, había delineado el plano para una fábrica de fosgeno e inventado la rosa de cobre, una tintorería para perros, y unos puños de camisa metalizados. Para explotar el descubrimiento de las medias de mujer que no se corrían, Arlt se asoció con el actor Pascual Nacaratti, creando una sociedad llamada Arna. Mientras Nacaratti busca créditos, Arlt alquila un taller en Lanús en el cual se instalan algunos aparatos: un autoclave, un barómetro, una pierna de duraluminio. En Córdoba y Larrea, en una de las tantas piezas de pensión que ocupó con Elizabeth, Arlt tenía un tubo de oxígeno y grandes cantidades de caucho, que compraba para experimentar en cuanto disponía de algún dinero. Un día lo visita Leónidas Barletta y encuentra todo el techo salpicado con caucho.

-Fue un accidente. Estoy experimentando, ¿sabés? -se disculpa Roberto.

Según Elizabeth, Pablo Mounier, la persona que le vendía el caucho, le aconsejaba que abandonara esa idea. "Pero nadie podía con él. Como escribía sus notas en veinte minutos, le sobraba tiempo para sus locuras y vagabundeos." Arlt había abandonado el proyecto de las medias por irrealizable, pero tornaba a aferrarse a él cuando estaba acosado por la falta de dinero. "Era una obsesión, una desesperación." Elizabeth le dijo a Francisco Urondo en 1969 que "las medias quedaban cubiertas por una malla gruesa, ¿qué mujer se va a poner eso, si parece piel de pescado? Pero él, por mi oposición a su proyecto, me consideraba una enemiga".

Cualquier motivo era bueno para que Elizabeth y Roberto pelearan. Se querían y, al mismo tiempo, se rechazaban. "Los dos éramos terriblemente celosos. Antes de que saliera para Chile, yo le aclaré que no tenía vocación de Penélope y él se puso furioso. En realidad había comenzado un pulóver, pero no tenía intención de terminarlo y empezar de nuevo. A veces él me pegaba en la calle, pero yo le devolvía. En el 41, antes de hacer un viaje a Campana, quiso hacer el amor pero yo no quise; entonces se puso furioso y me dijo: 'En este viaje me voy a morir', y se fue. Cuando se fue a Chile quería hacer un viaje largo, quería librarse de mí.

Sufríamos mucho. Yo también hubiera querido encontrarme una provinciana con uno de esos filtros que me hiciera olvidar de Roberto. Era un sufrimiento, pero también era una necesidad estar juntos. Era un amor a pesar de nosotros."

Corazón y cigarrillos. En algún momento de la década del 30 a Arlt le descubrieron una afección cardíaca. Se le prescribió un tratamiento que incluía ejercicios físicos. Junto a dos amigos, uno de ellos el escritor Córdova Iturburu, se inscribieron en la ymca (Asociación Cristiana de Jóvenes), en cuyo gimnasio practicaron deportes. Arlt retrató algunos personajes pintorescos que allí conoció en su aguafuerte "Motivos de la gimnasia sueca" y también en un cuento, "La clase de gimnasia". Pero la decisión de cuidar su físico nunca fue muy sólida. Relata su amigo César Tiempo que Arlt "era un ciclotímico. Tan pronto se inscribía en la Young Men y soñaba con triunfar en clamorosos campeonatos internacionales de boxeo o de natación, renunciaba al café y al cigarrillo (el café y el cigarrillo que terminaron por matarlo) y se sentaba tieso y recto como una columna, tan pronto tomaba tantas o más tazas de café que las que le atribuyen a Balzac, fumaba como un murciélago y escribía alucinado, desmoronándose sobre la máquina, olvidando las prescripciones de su profesor de gimnasia".

Arlt no tomaba en serio sus síntomas, si bien, recuerda Elizabeth, algún sacrificio hacía, como abandonar los cigarrillos rubios que fumaba. En una segunda visita a un médico que tiene su consultorio en un noveno piso le dice: "Doctor, los adelantos en su ciencia son muy relativos. Hice todo lo contrario de lo que usted me indicó; acabo de subir por la escalera y estoy lo más bien".

Un pésimo augurio. La vida de Roberto Arlt durante sus últimos tres años gira alrededor de cuatro mujeres: Elizabeth, su amante y luego su esposa; Mirta, su hija; Carmen Antinucci, su primera mujer; y su madre Catalina Iopztraibizer, triestina, a quien Roberto llama Vecha.

Una carta de Vecha de 1940 comienza con un pésimo augurio: "Querido Roberto: No me siento nada bien y quiero decirte una cosa antes de morir". Sin embargo Vecha no murió entonces sino que tuvo que atravesar el trance de enterrar a su hijo -como antes había enterrado a Lila- y sobrevivirlo ocho años. Escribe la madre al hijo, con su pintoresca ortografía: "Te ruego para el bien de tu alma, para tu salvación, buscate un fraile o un cura y confesate y comulgá y decile que también te dé el sacramento de la confirmación que tú no lo recibiste, contale toda tu vida y él te aconsejará pues querido hijo quiero decirte que lo que enseña la religión católica es la pura verda y sepas que en la Santa Eucaristía hai Jesucristo vivo Dios omnipotente, a mí, miserable pecadora me dio la grazia de verlo con estos ojos corporales, a la Mirta decile que crea en Dios y que se confiese y comulge pues recibió el Sacramento Del Matrimonio sin hacerlo y fue un sacrilegio, te digo todo esto porque deseo el vuestro bien te digo querido Roberto que tu morte es mui probable que sea istantánea y se no estás preparado que será de tú en el otro mundo, que Dios me mande todas las penas a mí pero que te salve a tú. A la Carmen desile también que sea buena y que yo le perdono sus cartas ofensivas. Termino esta pidiéndote perdón por la poca instrucción religiosa que te di en tu infancia y te ruego no desprecies lo que te pido que es la voz de Dios que por mi medio llega hasta tú. Con toda mi alma te abrazo y te vendigo y siempre rezaré por tú. Su mama Catherina Iopztraibizer de Arlt".

Las admoniciones de Vecha debieron afectar a Arlt, que siempre había sido sensible a los actos de adivinación. Solía recurrir a horóscopos, adivinos y tiradores de tarot.

Cuando la entrevisté en 1999, Elizabeth, a pesar de la agria enemistad que la separa de Mirta, reconoció que Roberto adoraba a su hija con locura. Cuando venía a Buenos Aires, Mirta visitaba a su padre en las pensiones en las que Elizabeth y Roberto vivieron durante los tres años de su relación. Lo hacía por las mañanas, cuando Elizabeth se iba para su trabajo en Haynes. En una carta, Roberto explica a su hija su propia relación con Elizabeth como un amigo lo haría con una amiga: "Elizabeth y yo, como siempre, lágrimas y sonrisas, besos y patadas. Como de costumbre, somos la piedra del escándalo de las honradas pensiones. Es el amor".

La huIda a Chile. A fines de 1940 Roberto Arlt, que ya había hecho otros viajes como enviado especial de El Mundo (a España, Marruecos, Uruguay, Brasil, la Patagonia), recibe de Carlos Muzzio Sáenz Peña, su director, el encargo de iniciar una larga gira por América, hasta México. Arlt suspende con este viaje un momento complicado de su vida. ¿Qué hace en Chile? ¿Qué significa ese viaje para él? Según Elizabeth: "Se había peleado conmigo y quería irse. Cuando se fue, ya nos habíamos amigado, aunque nos volvimos a pelear por carta". De este tiempo, según el relato que Elizabeth hizo a Urondo, data el episodio de las cartas: "Un día voy a trabajar y me encuentro con una serie de sobres escritos con su letra y dirigidos a distintos amigos de la redacción. Todavía era temprano, no había llegado nadie y me apropié de ellos y los abrí: decía cosas espantosas de mí, incluso intimidades. Hice desaparecer las cartas y al rato me avisaron que tenía una llamada de larga distancia: era él desde Chile que me decía arrepentido: 'Hice una gran macana, les mandé unas cartas a esos piojosos, sacáselas que no las vayan a leer'. Después me pidió que fuera a pasar unos días con él".

A fines de ese año Volodia Teitelboim encuentra a Arlt en Santiago: "Llegó una tarde a la redacción del diario El Siglo, en busca de un antiguo conocido, Raúl González Tuñón". El poeta de La rosa blindada estaba radicado en el país andino. Con la ayuda de Raúl y de Volodia, Arlt consiguió que la editorial Zig Zag le publicase, en 1941, su libro de cuentos El criador de gorilas. Según Teitelboim, Arlt "trataba de escapar no de la policía sino del amor. Un amor que siguió enloqueciéndolo a este lado del monte".

Ultimo día de 1940. Volodia va a despachar una carta urgente al Correo Central de Santiago. Atraviesa la Plaza de Armas, solitaria y lunar bajo la mole de la catedral. En un banco, un hombre solloza. No parece un pordiosero ni un vagabundo. Volodia se acerca. "Era Roberto Arlt. Me senté junto a él, con ganas de consolarlo. Allí me murmuró aquella frase sobre las cadenas del amor que al tratar de romperlas despedazan al hombre por dentro. Era un llanto incontenible." Han pasado sesenta años y Volodia, que en 1940 era un joven dirigente comunista, y hoy es un consagrado escritor sin edad, cronista de la memoria propia y ajena, agrega otro detalle: "Cada vez que iba a la cárcel a ver a los compañeros, Arlt quería venir conmigo, le gustaba visitar encarcelados y me contaba de sus visitas a la penitenciaría de Las Heras, donde había visto cómo fusilaban a Severino di Giovanni".

Arlt piensa ir al sur de Chile y consigue también un pasaje para Elizabeth que va a Santiago para seguir en tren al sur. Llegan a Puerto Montt y se inicia lo que Elizabeth llama "nuestra única época de armonía". Su memoria guarda imágenes de aquel paréntesis de felicidad: una función de cine donde daban La bestia humana hablada en francés, y cuando se encienden las luces descubren que están rodeados de indios mapuches descalzos. Un viaje a la isla de Tenglo donde se deleitan con torta de cereza, chicha de manzana, tortilla de erizo. Roberto tiene mucho apetito, pide también ostras y vino Concha y Toro. "Total, paga el gobierno."

Pero Chile no es sólo el amor. Roberto lee un libro que ha causado sensación: Chile o una loca geografía, del médico Benjamín Subercaseaux, al cual Gabriela Mistral le ha advertido que "van a zarandearlo por la gruesa columna de reparos que levanta en frente de la chilenidad". Algunos párrafos de este retrato geográfico y humano de Chile (que ha resistido bien el paso del tiempo y es considerado hoy en Chile como un libro clásico) molestan a Arlt y se insurge contra ellos. Que el autor dijera, por ejemplo: "(la mujer chilena) es muy hermosa en realidad, pero solamente en cierta clase media y en la aristocracia, donde la filiación europea es reciente. La chilena 'antigua' y, sobre todo la popular, es francamente fea. Carece de finura, es ancha de caderas y desmayada de pechos. Ninguno de los matices de la piel y del color que presenta el hombre se ve en ellas. Son extraordinariamente uniformes y desprovistas de gracia", resultaba intolerable para Arlt, quien escribe un artículo llamado "Chile a través de un aristócrata" que publica en mayo de 1941 en una revista de Buenos Aires. "Dudo que haya país en Sudamérica donde las masas hayan sido más cruelmente explotadas, hambreadas, masacradas y calumniadas que las masas proletarias de Chile. Albergándose cuando pueden en un conventillo que nos recuerda las más salvajes descripciones gorkianas, semidesnudos, en compañía de sus mujeres semidesnudas, estos tremendos desdichados han tenido que soportar sobre sus espaldas una sociedad que engendra -¡vean ustedes!- literatos como Benjamín Subercaseaux, banqueros como Edwards, financieros como Ross Santa María."

Elizabeth vuelve de Chile y Roberto, en lugar de seguir su gira por América, también regresa.

Casamiento en Pando. La relación que ligaba a Roberto y Elizabeth no podía permanecer oculta por más tiempo. Iban y venían por Buenos Aires, mil ojos los controlaban. "Mi jefe -cuenta ella- un buen día me interrogó sobre mi 'secreto' noviazgo. Y me dijo que, si me casaba con Roberto Arlt, perdía mi trabajo de secretaria." Según Elizabeth, ningún jerarca hubiera admitido que una persona como Arlt tuviera acceso a sus secretos, uniéndose sentimentalmente a su colaboradora más cercana.

Una noche caminaban por la avenida Juan B Justo, bajo las luces de mercurio que acababan de ser instaladas. Ella era más baja, lo miró hacia arriba. "Me pareció verle cara de muerto. La luz, que sentí maldita, le daba una palidez azulina." Si a Elizabeth la echaban, el sueldo que él ganaba, descontado lo que destinaba a su madre, su mujer enferma y su hija, no iba a alcanzarles.

"El se desesperó."

-¿Y si nos casamos en Uruguay?

Fueron un 25 de mayo. Bebieron whisky acodados en la borda del Vapor de la Carrera. Se casaron en Pando ("Roberto era conocido en Montevideo"), adonde los llevó y les salió de testigo un español amigo de Roberto -uno más de sus sempiternos locos-, un tal García Quevedo, rojo exiliado que dormía envuelto en la bandera tricolor de la República, por si lo sorprendía la muerte.

"De regreso, bajamos del tren en la estación Núñez, y en una panadería él compró masas y las trajimos a casa de mamá. Después nos fuimos a la editorial. Ni mi más íntima amiga, Adriana Piquet, la esposa del escritor Carlos Alberto Leumann, sabía nada."

Roberto nunca tuvo casa propia. Vivía en pensiones, al principio en cuartos miserables como los que albergaron a Silvio Astier. Después, cuando se ganaba bien la vida como escritor y periodista (llegó a tener un sueldo de trescientos pesos), pasó a ocupar pensiones de más categoría: en aquella época eran un tipo de vivienda apreciada, pero debía mudarse con frecuencia por sus problemas con las dueñas -muchas eran viudas alemanas-. Según Elizabeth, "éramos buenos pagadores pero malos inquilinos".

Un día Arlt descubre que ama la música -a la que encuentra afinidad con la química y las matemáticas- y comienza a estudiar piano. Adquiere uno, pero en sus constantes mudanzas, y antes de cerrar trato con la nueva dueña, Arlt aclara:

-Vea, señora, tengo un pianito.

-Nada, un pianito, ¿sabe?

-Bueno, tráigalo, no hay inconveniente.

Pero luego resulta que el tal pianito suena a las cuatro de la madrugada. Y la dueña los manda con la música a otra parte.

Arlt viaja a Córdoba durante la primera quincena de julio de 1942 para visitar a su madre y su hija. En cuanto lo vi llegar -relató Mirta a la revista Primera Plana- corrí a comprarle ropa de lana, para que se abrigase. Estaba mal vestido, cansado, parecía no importarle el frío tremendo de la sierra. Aquella vez Arlt llevó a Córdoba el manuscrito de su nueva obra, El desierto entra a la ciudad, para arreglar el final. "Una mitad estaba escrita a máquina y la otra a mano. Le gustaba escribir a mano, acostado y escuchando música", recuerda Mirta.

Durante las dos semanas que pasó en Cosquín, Roberto y Mirta pasearon por las calles dormidas del pueblo, conversando. El quería escapar de las agobiantes recriminaciones de Vecha que clamaba por el regreso de Roberto a la fe católica y le anticipaba que, si no se convertía, lo esperaba una muerte próxima.

Hizo mucho frío aquel invierno en Córdoba. Padre e hija se refugiaban en un viejo café vecino a la iglesia. "Nuestras caminatas se iniciaban temprano, luego de tomar un café con ginebra. El perro de un vecino se aficionó a nosotros y nos seguía continuamente; entonces él agregaba a las ginebras un café con leche para el amigo."

Llegó el momento de la despedida. Vecha se quedó en la puerta, mirando cómo la alta figura, con las espaldas cargadas, con su sobretodo hasta los pies, con el sombrero que le ocultaba la cabellera enmarañada cada vez más gris, se alejaba hacia la estación acompañada de la muchacha delgada y casi tan alta como él. Mirta volvió la vista sólo una vez: la anciana lloraba. Luego miró a su padre y le pareció entrever, bajo el ala baja, los ojos anegados en lágrimas. Mirta y Roberto se abrazaron muy fuerte antes de que él trepara al vagón.

Cuidado con la tristeza. La mañana del sábado 25 de julio de 1942, Elizabeth ya se ha ido a Haynes cuando él despierta al mediodía. Roberto recuerda la conversación que han tenido la noche anterior, sobre el hijo que esperan. Si es varón, él quisiera llamarlo Lito. Si es mujer Gema, que Roberto pronunciaba Yema. A Elizabeth ese nombre no le gustaba. A la tarde, ella no trabaja, irá a ver a su madre. El desayuna en la cama y se va al diario. Termina su artículo ("¡Sería su último artículo!"). Come con León Bouché en el restaurante Napoleón, de Rivadavia y Boedo. Llega a tiempo para la función vermú del Teatro del Pueblo. Aunque es una obra que ya ha visto varias veces (La Mandrágora, de Maquiavelo), le fascina presenciar la faena de los actores. Luego camina desde Corrientes 1530 (el Teatro del Pueblo funcionaba entonces donde hoy está el San Martín) hasta Rodríguez Peña 80, la sede del Círculo de la Prensa, donde se vota para renovar autoridades. Allí se encuentra con muchos amigos, entre ellos César Tiempo.

El autor de Pan criollo lo abraza. Roberto le dice: "¿Te acordás de la historia del tercer ojo que le conté a los malandras de tu lechería? La inventé en ese momento pero después resultó que las cosas eran tal cual las había inventado y el tercer ojo no me deja dormir desde aquella noche. He visto cosas increíbles, monstruosas, indescriptibles como ese Maelstrom de Edgar Allan Poe que todo lo arrastra hacia su vórtice. Las escribí todas para sacármelas de aquí -y se señalaba la frente-. Y ahora tengo miedo de ver en el enorme vacío donde atisba el más allá esa mirada aterradora capaz de vaciarnos el alma y a la que es imposible oponer la simple mirada de nuestros ojos humanos".

"Hablamos -sigue relatando César Tiempo- de sus experiencias en las minas de Bilbao y de la alegría fervorosa de las tertulias madrileñas, de tantas caminatas y conversaciones." César Tiempo y Roberto Arlt se despiden con un juego habitual en ellos: intercambian frases hechas a modo de exhortaciones:

-Cuidado con la tristeza! ¡Es un vicio!

-¡Ganemos la batalla por prepotencia de trabajo!

-¡La solemnidad es la dicha de los imbéciles!

-Asistimos al crepúsculo de la piedad en el peor de los mundos posibles.

-¡No aflojemos!

De pronto, Roberto se ha sentido muy cansado. Saluda a todos. Está contento de haber acudido al Círculo, que frecuenta poco; advirtió cuánta gente lo quiere. Mientras camina hasta la parada del tranvía, compra uno de los primeros ejemplares del diario del domingo.

Elizabeth ha relatado así lo sucedido el domingo 26 de julio en la pensión de la calle Olazábal: "Dormíamos y a eso de las nueve entró la chica trayéndonos el desayuno. Roberto y yo siempre dejábamos que se nos enfriara el café en la bandeja. Ese día, una vez despiertos, nos pusimos a conversar. Me contó que la noche anterior había estado en el Círculo. Como tres meses después iba a nacer nuestro hijo, me contó que había averiguado por los servicios médicos que tenía la institución: disponíamos del Anchorena. 'Debe ser un sanatorio importante -me dijo-, porque tiene muchos teléfonos.' Los últimos minutos de su vida los dedicó a pensar en el hijo que iba a llegar. Yo estaba de espaldas a él, mirando hacia la pared. Le pregunté la hora y él me contestó: 'No sé'. Eso fue lo último que dijo. Después oí un ronquido, un estertor. Ya se había producido el ataque. Corrí a llamar al médico. No me dejaron subir: estaba embarazada de seis meses y la gente siempre tiene miedo por la criatura. En seguida, a los diez minutos, vino el doctor Muller. Subí con él, pero ya se había muerto. Eran las diez y media de la mañana".

Lo velaron en el Círculo de la Prensa toda la noche entre el domingo y el lunes. En la tarde del domingo había comenzado a caer una fina garúa. Las mismas caras que lo habían despedido risueñas 24 horas antes lo reciben demudadas. Cuando retiran el ataúd para llevarlo a la Chacarita, los jóvenes actores del Teatro del Pueblo insisten en sostener el féretro. Aquel lunes, miles de argentinos leen en El Mundo la noticia de la muerte de Roberto Arlt junto a su artículo póstumo: se titula "El paisaje en las nubes" y comienza con estas palabras: "Evidentemente, los hombres no eligen sus padres ni sus destinos".

"El martes -recuerda Elizabeth- fuimos al cementerio mi madre, mi suegra, Mirta y yo. Además, dos hombres: sus amigos Diego Newbery y Guillermo Short Thompson. Ese mismo día yo retiré las cenizas. Siguió lloviendo muchos días más, después volvió a salir el sol. Un día de agosto, en un atardecer frío, fuimos al Tigre en una lancha-colectivo. Un lugar del cual Roberto gustaba mucho. Era fácil llevar las cenizas, estaban en un cofre pequeño, me acompañaban Leónidas Barletta y Diego Newbery. Estuvimos recordándolo esa tarde y después le dijimos adiós, y en aguas del Paraná, donde confluyen el río Capitán y el Abra Vieja, sumergimos sus cenizas."

El 19 de octubre, en el Sanatorio Anchorena, a las once menos diez de la noche, nació el hijo de Roberto Arlt y Elizabeth Shine. Su único nombre fue Roberto.

Encontrado en: http://www.brecha.com.uy/sic/n758/lupa.html


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lunes, marzo 30, 2009

Puño y letra

Bill 'The Butcher' Cutting: Mulberry Street... and Worth... Cross and Orange... and Little Water. Each of the Five Points is a finger. When I close my hand it becomes a fist. And, if I wish, I can turn it against you.

*
(Continúa)
Gangs of New York
guión de Jay Cocks, Steven Zaillian y Kenneth Lonergan



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domingo, marzo 29, 2009

El héroe de la película



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viernes, marzo 27, 2009

This Spring, Clear Your Mind


(Continúa)






Eternal Sunshine of the Spotless Mind


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jueves, marzo 26, 2009

Frost / Nixon (2008)

Muy Interesante

You know the first and greatest sin of the deception of television is that it simplifies; it diminishes great, complex ideas, trenches of time; whole careers become reduced to a single snapshot.

Aquellas personas que busquen en esta película el retrato de Nixon van a encontrarlo; las que busquen el retrato de Frost no tanto; las que busquen la narración de la entrevista sí van a conseguir su objetivo; las que busquen un planteo sobre la televisión también; las que busquen una película atrevida no.

Éste puede ser un buen resumen de las expectativas y los cumplimientos que puede ofrecer el film. En todo caso debe continuarse señalando que esta basada en no una, ni dos, sino tres fuentes distintas: la realidad histórica, la entrevista televisada y la obra de teatro que ficcionaliza a las anteriores. ¿A quién es más fiel? ¿A alguna de estas tres o a su propio discurso de largometraje?

Sin haber leído yo la obra de teatro, me remito a quienes la vieron en escenario y afirmaron su satisfacción: por haber logrado “rellenar” lo que escapa a la puesta en escena teatral sin ser por eso relleno; por haber logrado al menos un papel secundario absorvente, el del asesor de Nixon; por haber repetido ahora para la eternidad las magníficas actuaciones de los dos protagonistas del título. Entrevistado y entrevistador, ambos interpelando la capacidad de revancha del otro; rivales que hasta se podría decir que, si pudieran, elegirían otros contrincantes más adecuados, más odiosos a uno.
(Continúa)
La entrevista televisada, que también puede descagarse de la internet, es y no es la entrevista que se reproduce en el film. La mayoría de los cambios son acordes al tipo de narración a la que pertenece, ya no el periodístico sino el artístico, por lo cual se procede a reordenar secuencias a fin de atrasar el clímax y a asignar cada una de las cuatro sesiones que duró la entrevista a un claro ganador. Más dudoso todavía es la apatía por el propio Frost para manejar su propio proyecto, gracias a que mediante estas postergaciones termina generándose el efecto de presentar a Frost reaccionando recién en el último round.

Aún así no puede decirse que la realidad histórica no esté allí. La veracidad de lo ocurrido es impecable, pero no obstante tiene dos puntos dudosos: el llamado telefónico de parte del presidente y la falta de precisión con lo que realmente hizo y dijo el histórico Richard Nixon durante el pasado Watergate. Quizás por ser conocido para el espectador medio norteamericano, pero también como forma de distraer a éste y concentrar su atención en el carisma de Nixon. Si no sólo se mencionara lo que hizo sino que se lo detallara no habría posibilidad de una batalla equitativa para ambos boxeadores. El periodista siempre tiene la ventaja frente al político y la película tiene que encontrar la manera de equilibrar la balanza.

De estos tres ámbitos la película se maneja mejor en los intersticios de éstos: es decir, durante el backstage de las entrevistas, cuando el reparto de esa forma de ficción más rigurosa que son las entrevistas está listo para el rodaje pero las cámaras todavía están apagadas. Es en ese territorio donde Frost/Nixon obtiene su fuerza: en la de reconocer a la televisión como lo que es, un acto performativo donde lo que se dice se hace. La terrible impredictibilidad del discurso oral hace imprescindible la preparación previa; no hay mejor forma de entender el boxeo que observando lo que pasa en las esquinas durante la pausa entre round y round.


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It was the best of times

It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to Heaven, we were all going direct the other way—in short, the period was so.

*
(Continúa)

Charles Dickens: A Tale of Two Cities


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miércoles, marzo 25, 2009

The Horror in Clay


Uno de los mitos de Cthulhu en Lego


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martes, marzo 24, 2009

I Am Legend (2007)

Interesante

I promised a friend I would say hello to you today

I Am Legend puede dividirse narrativamente en dos; de la misma manera la crítica debería dividirse en dos críticas independientes entre sí. Debido a la impractibilidad de este método y a que, a fin de cuentas, sigue siendo una misma película, a la primera mitad habrá que restarle la segunda mitad.

Una ciudad, como el lenguaje, también puede ser objeto de un extrañamiento mediante la inclusión de elementos improbables o desordenados. Ni la maleza ni los animales salvajes están contemplados en ningún paisaje urbano, pero la imaginación los incluye cada vez que puede. ¿Dónde está la explicación que provoca tal fascinación? Quizás porque ambos espacios, la ciudad y la selva, comparten el mismo clima: la supervivencia del más apto. La realización primitiva de esa premisa puede estar conducida por una inundación, alienígenas o una bacteria fatal; lo importante es que el ser humano pierda el control de su propio juego. El apocalipsis moderno es un recurso infalible para obtener el favor del público.

Mientras Neville es el último hombre sobre la tierra, como sugiere el poster, la película ofrece matices interesantes. El ambiente está logrado, porque si la ciudad aplastó a la selva es natural que eventualmente y sin el control humano la selva aplaste a su vez a la ciudad. La lentitud proverbial de la naturaleza implica ruinas y Nueva York ya tiene experiencia fílmica en ese campo. Otro elemento naturalizado, pero para el protagonista, es la soledad. ¿Hasta qué punto es una persona sana? Al relacionarse con su perro se puede decir que lo es. Cuanto más necesita Neville a su perro, de mejor forma se expresa su aislamiento. Al relacionarse con maniquíes qué se puede decir: los maniquíes son también elementos usuales de cualquier ciudad como lo son los hombres. Es decir, en el ambiente en el que Neville se manejó toda su vida, los maniquíes son más naturales que las gacelas. ¿Qué otra cosa se podría esperar lógicamente?
(Continúa)
En esta etapa, signada por la afección de Bob Marley en un mensaje sin eco, todo podría estar bien si no fuera porque nada está bien. Pero en uno de los enfrentamientos con los ¿zombies? ¿vampiros? ¿animales? el perro muere y con esa muerte se termina la película.

Entonces comienza otra, sin utilizar créditos para delimitarlas, por lo que podríamos llamarla una secuela inmediata. Es exactamente lo opuesto que la primera; para empezar Neville no es el último hombre sobre la tierra. I Am Legend, que venía bien vestida, se viste de cliché y se eja patetizar por las necesidades de la industria y su supuesto público. Un vestido grosero digno de una prostituta, que en el argumento coincide irónicamente con la llegada de una virgen. Como todas las vírgenes en los relatos apocalípticos, llega con su niño sin pecado concebido; al menos éste tuvo mejor suerte y no fue crucificado. El mensaje redentor, que exige el sacrificio de Neville, es asqueroso.

Lo más interesante de esta segunda parte es que originalmente tenía otro final, que fue filmado y desechado después de una pobre recepción de un público más pobre aún. En este desenlace, que eventualmente se puede ver en ciertas copias del DVD, Neville termina comprendiendo que él no pelea contra monstruos sino que ellos pelean contra un monstruo, acorde a las reglas del nuevo mundo en el que ambos conviven. El único resultado positivo que tiene la muerte de Neville es la salvación no de la humanidad sino de las criaturas. Un final acorde al libro original y a la ironía del título, que sin el desenlace acorde se transforma en un autobombo sin sentido.

La opción del DVD de ver los finales alternativos quizás sea una buena política para incentivar las ventas. Sin saberlo, I Am Legend refleja un flagelo de Hollywood: no saber cómo resolver los argumentos. Lo único positivo es que hay dos películas al precio de una.


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Siempre decía la verdad

Radar recuerda con dolor a River Phoenix
Mariana Enriquez, octubre del 2003 en P/12

Es muy extraño, pero la próxima Noche de Brujas, el 31 de octubre, se cumplen diez años de la muerte de River Phoenix y la maquinaria de Hollywood, siempre ávida de homenajes y resucitaciones, está quieta y silenciosa. Mi mundo privado, el film clásico de Gus Van Sant, el Rebelde sin causa de Phoenix, ni siquiera está editado en DVD, y eso que el otro protagonista es Keanu “Mr. Matrix” Reeves. Era esperable que el último gran actor joven recibiera, al menos, una reedición de sus películas, o el estreno de un documental sobre su vida y obra. Después de todo, nadie ha podido reemplazarlo y no hay un solo actor joven en el Hollywood actual con la mitad del talento de Phoenix.

El silencio avergonzado alrededor de la muerte de Phoenix no es nuevo y quiso atribuirse, en los últimos meses de 1993, al respeto. Es cierto: se celebró la actitud de un paparazzi que no disparó su cámara para atrapar la imagen del actor con convulsiones, agonizando en la vereda de Sunset Strip, fuera del club Viper Room de Johnny Depp; tampoco se abusó de la desesperada llamada de su hermano Joaquin, hoy famosísimo, al 911. Pero enseguida, cuando los resultados de la autopsia demostraron que Phoenix había muerto de una sobredosis (heroína, cocaína, Valium, etc.), la discreción dejó ver la hipocresía. Martha Frankel, periodista de Spin, escribía en enero de 1994: “Cuando llamé a los personajes de la industria para escribir este obituario, ninguno quiso hablar. Hollywood estaba dando marcha atrás, tratando de distanciarse todo lo posible de la muerte de Phoenix. Un publicista me dijo que su clienta, una actriz amiga de River, no iba a atenderme porque ‘no podía mezclarse con esta mierda’ y que lo último que necesitaba, ahora que le ofrecían buenos papeles, era tener algo que ver con las drogas. Otro agente usó una metáfora: ‘Pensábamos que iba a ser el Al Pacino de su generación, y terminó siendo su John Belushi. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso no es suficiente ganar un millón de dólares por película, ser joven y hermoso y que te chupen la pija cada cinco minutos? Este asunto me da asco’. Hollywood le dio la espalda. Cuando dejaron de hacer dinero con él, cuando hizo públicos sus errores y murió de una sobredosis fatal de cocaína y heroína, dejó de ser útil. Muerto, se convirtió en el hombre invisible”.
(Continúa)
Algunos se animaron a hablar. Amigos incondicionales como Peter Bogdanovich (que lo dirigió en The Thing Called Love), Gus Van Sant, su ex novia Martha Plimpton, Rob Reiner (que lo descubrió en Cuenta conmigo) y hasta Johnny Depp, que recuerda esa noche como un antes y después en su carrera, quizá uno de los motivos por los que se exilió de Los Angeles y estableció residencia en Francia. Bogdanovich recuerda que los recelos de Hollywood pusieron a Phoenix en una lista negra virtual antes de su muerte. Escribía en Premiere en enero del 2001: “Usó drogas sólo una vez durante el rodaje de nuestra película. Pero el chisme llegó a Hollywood y entonces comenzó una actitud del tipo culpable hasta que se demuestre lo contrario. Lo irónico fue que River era tan convincente en su interpretación de un personaje autodestructivo, arrogante y vicioso que la gente creía que era el River real. Enviaron espías al set. Actuaba raro, decían, porque estaba drogado. Lo que sucedía era que estaba actuando diferente y muy bien. Nunca había hecho un personaje como ése: era la primera vez que interpretaba a un adulto. Lo estigmatizaron. Hasta le hicieron un juicio a su familia porque murió durante el rodaje de otra película, Dark Blood”.
Las teorías sobre por qué murió River Phoenix son muchas. Para los tabloides como el National Enquirer, fue un hipócrita que fingía una vida de vegetariano ejemplar, militante ecologista y de P.E.T.A. (People for the Ethical Treatment of Animals), y que en realidad escondía a un drogadicto fiestero. Para sus amigos actores como Dermot Mulroney y su esposa, la talentosa Catherine Keener, era un alma sensible que no soportaba el peso del mundo. Para sus amigos personales, la culpa fue de las malas compañías. Para Bogdanovich, fue una víctima del “método” del Actor’s Studio. Para su madre hippie, Heart Phoenix, murió porque “la tierra está muriendo y él quiso irse antes”. Ninguno apuntó lo más obvio, salvo el escritor Dennis Cooper, que escribió en 1994: “Era un chico. A veces parecía demasiado serio, incapaz de relajarse y disfrutar como lo haría cualquier chico en su posición. Salió una noche y tomó una mezcla letal de drogas. Pudo pasarle a cualquiera”.

EL HIJO DE LAS FLORES
En 1991, River Phoenix dio una rara entrevista, donde se atrevía a hablar de Hollywood y de las contradicciones de su vida. “Es como ser el hombre invisible. Uno está ahí parado, se empieza a desintegrar, no puede verse a sí mismo y siente que ha sido absorbido por una burbuja de brillantina gigante.” No hay una sola foto de Phoenix riendo, y en muy pocas esboza una sonrisa cruzada. Desconfiaba de la industria y de nada servía que a los diecisiete años lo nominaran a un Oscar (por Running on Empty de Sidney Lumet en 1988) o que posara en las tapas de las revistas para adolescentes como ídolo teen. Su incomodidad puede comprenderse mejor con la historia de su familia.
Nació en una cabaña en Oregon, hijo de padres hippies, recolectores itinerantes de fruta, John y Arlyn (que después tomó el nombre de Heart). Lo llamaron River por el río de la vida en Siddartha de Hermann Hesse. Poco después de su nacimiento en 1970, la familia se unió a la secta Niños de Dios y partieron hacia Venezuela como misioneros. River y su hermana menor, Rain (Lluvia), cantaban en la calle para conseguir dinero, y la familia dormía en una casilla de chapa infestada de ratas en la playa. Dejaron el culto en 1977, después de denuncias internacionales sobre abuso infantil, y volvieron a Estados Unidos. A esa altura, con su hermano Joaquin (llamado por sus padres Leaf, “Hoja”), todos eran veganos, vegetarianos radicales que no consumían ningún producto animal, ni siquiera miel o huevos. En 1980, los padres decidieron que sus encantadores hijos debían entrar en el mundo del espectáculo, según Heart Phoenix porque querían “usar los medios de masas para cambiar al mundo y River sería nuestro misionero”. Lo cierto es que desde entonces el chico de diez años se convirtió en el sostén económico de su familia hippie y lo es hasta hoy: su padre vive en Costa Rica, en un rancho ubicado en una selva virgen que River compró como acción de su militancia ecologista. En 1982 debutó en TV como el hijo menor en la serie Siete novias para siete hermanos y en 1986 ya era una estrella con películas importantes y actuaciones increíbles en Cuenta conmigo de Rob Reiner y La costa Mosquito de Peter Weir. Sus padres no creían en la escolarización de los niños, así que nunca fue a la escuela. Su amigo Dermot Mulroney instruyó a River sobre Sam Shepard cuando el escritor/actor/director lo convocó para Silent Tongue: “No sabía quién era, ni que había ganado el Pulitzer, no sabía lo que era un Pulitzer. Nunca conocí a una persona tan ignorante y tan inteligente al mismo tiempo”. Todos los testigos coinciden en que Phoenix no podía resolver la contradicción de una crianza “pura” con el empujón que le dieron sus padres para que se entregara a Hollywood, esa forma rara de hippies ansiosos por conseguir audiciones para sus hijos, ese pasaje de la burbuja contracultural/ecologista hacia la exposición más extrema.

EL ACTOR
Diez años después de su muerte, las películas de River Phoenix son raras joyas, algunas difíciles de conseguir. Las buenas y las malas tienen por lo menos una secuencia que deja sin aliento, y siempre es por culpa de River. Promediando Cuenta conmigo, Chris Chambers (River) le cuenta a su amigo que robó un dinero, pero quiso devolverlo, y nadie le creyó; después llora, y exclama: “Ojalá pudiera ir a un lugar donde nadie me conociera”. El director Rob Reiner contó: “Le dije que pensara en alguien que lo había decepcionado, porque le costaba llorar. Lo hizo, y ésa es la toma que quedó en la película. Después de hacerla, temblaba y lloraba tanto que tuve que abrazarlo. No tenía técnica alguna, era pura intuición. Cuando la cámara se encendía, siempre decía la verdad”. Running on Empty de Sidney Lumet, otra película central, es una rareza que marca la diferencia entre el Hollywood de hoy y el de ayer nomás: es la historia de dos activistas que, en los ‘70, pusieron una bomba en un laboratorio militar que producía napalm; en el presente están en la clandestinidad y cambian constantemente de identidad y domicilio, con sus hijos a cuestas. A pesar de ciertas concesiones en el guión (los protagonistas nunca mataron a nadie), la mirada de Lumet sobre los terroristas es comprensiva, idealista, incluso celebratoria, imposible de reproducir hoy en tiempos del eje del mal. La prueba es el personaje de Phoenix, el hijo mayor, que deja a sus padres para ir a la universidad (ellos nunca volverán a verlo). La impresión es que será un hombre maravilloso, piadoso e inteligente. Running on Empty es una película audaz y es notable que un actor de diecisiete años pudiera interpretar no sólo a un chico comprometido con la elección de vida de sus padres, sino también al fracaso de una generación; es un film casi autobiográfico.
Pero es Mi mundo privado la película a la que Phoenix le puso el cuerpo, y el alma. Mike Waters, su personaje, pertenece al panteón de las creaciones viscerales, en el límite con la realidad. Compuso una canción para la película con su banda Aleka’s Attic –también era músico–, una balada country preciosa llamada “Too Many Colours” que suena cuando Mike, su personaje, el taxi boy que sufre de narcolepsia, se entera de que puede ser hijo de una relación incestuosa.
El director Gus Van Sant contó, años después, que no había pensado en ese taxi boy como un personaje gay. La escena central es con Keanu Reeves, alrededor de una fogata, en un alto junto a la carretera. La improvisación de Phoenix tomó por sorpresa a todos: “Yo podría amar a alguien aunque no me pagara”, le dice Mike a Scott (Reeves). “Te amo, y no me pagas. Tengo muchas ganas de besarte.” La leyenda reza que en el set de Mi mundo privado Phoenix empezó a experimentar con drogas y tuvo un romance con Keanu, al que llamaba “mi Romeo”. Van Sant concede: “River se comprometía, y no podía hacer un personaje con el que no se involucrara. Quiso que Mike fuera gay, quiso redimirlo. Y lo hizo”.
River Phoenix no pertenece al panteón de actores que murieron jóvenes y se convirtieron en leyenda, y es difícil explicar por qué. ¿Le tocó ser el chivo expiatorio? Quizá. Pero se convirtió en un icono marginal, cuyo culto emerge en lugares inesperados. En una canción de Milton Nascimento, “Carta a un joven Ator”, escrita después de que el brasileño quedó hipnotizado por la actuación de Phoenix en La costa Mosquito: “Si te encontrara algún día/ tendría que confesarte que vi tus películas demasiadas veces/ para descifrar tus ojos”. En una canción del primer disco de Rufus Wainwright, “Matinée Idol”: “Cualquiera que haya visto esa belleza está marcado por la muerte”. En una canción de Red Hot Chilli Peppers, “Trascending”, escrita por su amigo, el bajista Flea: “Que se vayan al carajo las revistas/ La maquinaria ecologista/ La avaricia legal/ el mundillo inexistente”. Los fieles del culto Phoenix sienten que perdieron a un actor que no se presentaba como un mártir, pero era capaz de usar su soledad y su angustia para humanizar a los personajes, jugando en los límites del artificio. Gus Van Sant explica así el romance de Phoenix con la cámara: “En cine, importa lo que muestra el rostro del actor. En los que son realmente buenos, lo que se ve es dolor. Eso transmitía River: una hermosa desdicha”.




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