domingo, marzo 22, 2009

Der Vorleser (1995)

El Lector, de Bernhard Schlink (1944 – )




En Alemania se está dando lo que suele llamarse “literatura de los nietos”, es decir: de narradores pertenecientes a la tercera generación desde la Segunda Guerra Mundial. Esto no es propio únicamente del nazismo sino de experiencias límites que funcionan como bisagras en la vida de una nación. La primera es culpable de forma activa o pasiva; la segunda los denuncia o los calla; la tercera tiene el deber de ser superadora de ellos sin poder olvidarlos.

Así como la primera generación de un totalitarismo impone una norma por medio de la ley o por los hechos, la segunda denosta a ésta y la señala como bárbara durante la educación de la tercera. De esta manera mponen tabúes, por imposición del poder los primeros y por condena los segundos. El rol de los terceros se aleja tanto de la historia viva como de la historiografía: su lugar es literario.

El lugar de esta novela pertenece a esta última clase; no por el autor, ya que nació durante la guerra, sino porque su irrupción en el mundo literario corresponde a la década del noventa, de modo que funcionalmente se acopla a este proceso donde los nietos enfrentan los tabúes de padres y abuelos. El tema es el romance de un estudiante con una ex guardia nazi, relación que se establece mediante la lectura que él le hace a ella de libros durante sus encuentros furtivos.

Asombra que el castellano no tenga un verbo para referirse a la lectura en voz alta. El idioma alemán sí y es el que forma el sustantivo del título. La diferencia que implica la lectura en voz alta es un auditorio; asimismo en su aplicación moderna la lectura en voz alta tiene un matiz legislativo o educativo. Ambas vertientes son las que configuran la matriz de El Lector.
(Continúa)
En primera instancia, la cuestión educativa: el protagonista mismo es seducido por una mujer veinte años mayor que lo inicia sexualmente. Él mismo es a su vez estudiante secundario, pero lo que más lo influye en lo que conocemos de su vida no va a ser el conocimiento académico sino esta experiencia, no sólo por el choque con la realidad sino por la lectura literaria. Ella con él es seductora, una palabra que en alemán es verführerisch y contiene en sí misma la palabra referida al guía o líder, de esta manera y otras se traza una línea entre la sexualidad y el poder.

En segunda instancia, la cuestión legislativa: años después de la desparición de Hanna, Michael la encuentra en un proceso a criminales nazis. Mientras ella está siendo juzgada él forma parte de una comisión de estudiantes que observa el caso. Él no es parte de los que deciden legislativamente, pero sí podría intervenir puesto que conoce un secreto de ella que empeora claramente la situación: su analfabetismo. Él podría colaborar con la ley, pero no lo hace para no exponerla a Hanna.

Como puede verse ambos tópicos se interrelacionan continuamente: la seducción implica una dominación legalmente aceptada; Michael traza queriendo o no un paralelo consigo mismo y con las víctimas de la dominación de la guardia nazi, por lo que la novela corre el riesgo continuo de banalizarse al perder la perspectiva de lo que realmente se debe juzgar. No obstante conserva el equilibrio, puesto que Michael a su vez es estudiante de derecho: la concentración del ámbito educativo y legislativo. Él, como parte de la segunda generación, se dedica laboralmente a la historia del derecho; pero ya como narrador en su madurez se ubica en la tercera generación. La literatura, tanto como seducción a Hanna como discurso aceptado en su sociedad, obtiene un status superador de los tabúes.

Se perfila como virtud, debido a su aparición tardía, el análisis no sólo de una situación del Holocausto sino también de los materiales que hoy en día lo estudian, como por ejemplo la proliferación de imágenes que circula mediáticamente. ¿Cuáles son las consecuencias de la narración del totalitarismo? ¿En qué medida fosiliza o vivifica la conmoción que debe producir?


A pluma o a máquina, así escribe

"Y empecé a hablarles de ella a otras mujeres. Y no sólo de ella; también les contaba sobre mí mismo más de lo que le había contado a Gertrud. Todo para que pudieran comprender de algún modo lo que hubiera de extraño en mi comportamiento o en mi humor. Pero no tenían demasiadas ganas de escuchar. Me acuerdo de Helen, la americana, profesora de literatura, que, cuando le contaba ese tipo de cosas, me acariciaba la espalda como para consolarme, sin decir palabra, y seguñia muda y acariciándome la espalada cuando yo paraba de hablar. Gesina, la pscioanalista, me decía que tenía que analiazar mi relación con mi madre. ¿o me había dado cuenta que mi madre apenas aparecía en mi historia? Hilke, la dentista, me preguntaba constantemente por mi vida antes de que nos conociéramos, pero cuando le contaba algo, lo olvidaba de inmediato. Así que acabé dejando de hablar. Lo que cuenta no son las palabras, sino los hechos; así que, bien mirado, ¿para qué hablar?"


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Y si lo que te gusta es el cine

The Reader, de Stephen Daldry
Schindler’s List, de Steven Spielberg
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