jueves, febrero 12, 2009

The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford (2007)

Asombrosa

By his own approximation, Bob assassinated Jesse James over 800 times. He suspected no one in history had ever so often or so publicly recapitulated an act of betrayal.

La película trabaja con el tema de los doppegängers, los dobles o semajantes de cada persona. En la tradición pueden tomarse como malos presagios, y Jesse James, tan sensible a lo que va ocurriendo a su alrededor, debe sentir lo mismo, ya no por supersitición sino por astucia. Por supuesto, su doble es Robert Ford. En determinado momento del film éste explica la serie de coincidencias que, aparentamente, une sus destinos, así como el asesinato los unirá después. Robert Ford no quiere ser como Jesse James, sino ser él mismo Jesse James. Lo imita, en hechos y estilo. Incluso al momento de su muerte lleva un sombrero hongo como su figura paterna. Cuando le preguntan por qué lo mató, podría responderse así: dada la imposibilidad de ser él, debo eliminarlo.
(continúa)
En un proceso dialéctico, Bob Ford es la antítesis mediocre de una gran tesis. Lo que finalmente desencadena este intento de superación dialéctica es que Jesse James deja vislumbrar que ya no quiere ser lo que está siendo. De modo que deja sus armas y se pone de espaldas. Jesse James iba a ser matado por Robert Ford. No sólo lo sabía, lo permitió.

A Borges le hubiera gustado esta película, si el tiempo y la ceguera no hubiesen sido tan inexorables. Jesse James es un personaje shakesperiano, así son sus diálogos y su carácter. Y él es un (otro) Julio César, y Robert Ford su Marco Bruto: otro que quería recibir aplausos y ser recompensado. César sabe que va a ser asesinado, pero no obstante sigue su camino. Así es la trama: y el pueblo, en la repetición constante de esta escena, elije (¿por qué?) bautizar a sus hijos con el nombre del asesinado. Robert Ford se vuelve sinónimo de cobarde, y Bruto una palabra peyorativa.
El escritor inglés escribió “¿Cuántas veces en escena sangrará César, ése que ahora yace en la base de la estatua de Pompeyo, no más valioso que el polvo?”. Polvo como el que flotaba en la habitación donde Robert Ford hizo sangrar en escena a su César, tantas veces.
El escritor argentino escribió:

“La trama

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por lo impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.”